sábado, 6 de marzo de 2010

¿Qué sabemos del folletín? (y II)


Para otros, en cambio, el mérito de este género está en lograr, a partir de los elementos enunciados, el suspenso y los enredos que complican las relaciones entre los personajes, dan pie al conflicto y permiten el surgimiento del héroe positivo y vengador de los menos favorecidos, cuyos máximos exponentes son Edmundo Dantés, protagonista del El Conde de Montecristo y Athos, Porthos, Aramis y D´Artagnan, personajes centrales de Los tres mosqueteroscuyo famoso lema rezaba “Todos para uno y uno para todos”.



El Conde de Montecristo

XV
El número 34 y el 27(fragmento)
Dantés pasó por todos los grados de desgracia que experimentan los prisioneros olvidados en una cárcel.
Empezó por el orgullo, que es una continuación de la esperanza y una consecuencia de la inocencia; después pasó a dudar de su inocencia, lo cual justificaba las ideas del gobernador acerca de la enajenación mental; por último cayó de lo alto de su orgullo y rogó, no todavía a Dios, pero a los hombres; Dios es el último recurso. El desgraciado, que debería empezar por el Señor, no llega a esperar en él hasta haber agotado todas las demás esperanzas.
Dantés rogó, pues, que le sacaran de su calabozo para meterle en otro, aunque fuese más negro y profundo. Un cambio aunque resultase desventajoso, siempre era un cambio y proporcionaría a Dantés distracción durante algunos días. Rogó que le concediesen pasearse, respirar aire, libros e instrumentos. Nada le fue concedido; pero no importaba, él pedía siempre. Se había acostumbrado a hablar a su nuevo carcelero a pesar de que aún era, si cabe, más callado que el anterior; pero hablar a un hombre, aunque fuese mudo, constituía una satisfacción. Dantés hablaba para escuchar el sonido de su propia voz: había intentado hablar cuando se encontraba solo, pero entonces le daba miedo.
A menudo, en la época en que era hombre libre, Dantés se imaginó horrores de aquellas cuadras de prisioneros compuestas de vagabundos, bandidos y asesinos, a los que la innoble jovialidad proporciona orgías ininteligibles y amistades espantosas. Llegó a desear ser arrojado a una de aquellas sentinas a fin de ver otros rostros distintos al de aquel impasible carcelero que no quería hablarle; anheló el presidio con su traje infamante, su cadena al tobillo y su marca en el hombro. Los presidiarios, por lo menos, vivían en sociedad con sus semejantes, respiraban aire libre y veían el cielo; los presidiarios eran muy felices.
Un día suplicó al carcelero que solicitase un compañero para él, aunque fuese aquel abate loco del que había oído hablar. Bajo la corteza del carcelero, por rudo que fuese, siempre quedaba algo de hombre; aquél había compadecido en más de una ocasión, desde el fondo de su corazón, al desventurado joven, para quien era tan duro el cautiverio, a pesar de que su rostro nunca exprese nada; transmitió la demanda del número 34 al gobernador; pero éste, prudente como si hubiera sido un político, se imaginó que Dantés quería amotinar a los demás presos, tramar algún complot, ser ayudado por algún amigo para alguna tentativa de evasión, y le negó la gracia. 
Puede decirse que el acierto de éste género fue que consiguió hacer de la literatura algo popular, donde el lector no desviaba la atención ni se permitía interrumpir la secuencia de las historias de las que todo el mundo hablaba, especulaba, predecía y, de algún modo, vivía al acompañar a los personajes que, inmersos en la aventura y el suspenso, recibían justicia, venganza, amor, encierros, persecuciones, desamor, traición, lealtad, mentiras, incriminaciones...
Lo cierto es que aun si fuera un género menor, sus historias no conocen de fechas de caducidad y se han quedado atrapadas en el gusto del público. Como prueba están las muchas reediciones que se han hecho de aquellas obras, así como toda la filmografía que las representa una y otra vez, recuperando con creces la inversión en taquilla; así pues la fórmula funciona.
Como ya se ha dicho, Alejandro Dumas es el autor más representativo del folletín: su primera obra en este género fue Los tres mosqueteros —que inicialmente se llamaría Athos, Porthos y Aramis— . Se publicó en Le Siècle a lo largo de cuatro meses en 1844, y con ella el editor pretendía hacer un contrapeso al éxito e impacto que Los Misterios de París , de Eugenio Sué, publicado en el Journal des Debats, había cosechado. El propósito se superó. Entonces Alejandro Dumas sacó a la luz, pocos meses después, El Conde de Montecristo, un acierto más para Le Siècle que para entonces había logrado aumentar por mucho su número de suscriptores.
El folletín se trasladó de Europa a América, y su primer destino fue México. Arribó a mediados del siglo XIX e hizo su entrada triunfal con Manuel Payno quien, tras haber conocido el furor que causaban los folletines europeos, comprendió el poderoso efecto de esté género. Entonces se dio a la tarea de escribir El fistol del diablo, obra que fue publicada, capítulo a capítulo, en la Revista Científica y literaria entre 1846 y 1847.
Aunque se dice que el folletín como género ya no existe, en realidad ha evolucionado. Las historietas como Superman La familia Burrón las series televisadas —como las telenovelas— o las películas seriadas como Matrix El señor de los anillos, así como el teatro, pueden considerarse hijos legítimas de este género.
Ahora le recomendamos que lea el artículo “ La novela de folletín ”.

Bibliografía:
•  Botrel, Jean Francois: La novela por entregas: mitad de creación y consumo. Madrid, Castalia, 1974.
•  Dumas, Alejandro: El Conde de Montecristo. México, Bruguera, 1977. 

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