viernes, 2 de abril de 2010

La perfección narrativa, por Carlos Colón

En este artículo, publicado en la sección de Cultura del Diario de Sevilla, Carlos Colón traza una breve semblanza del atribulado director de cine Roman Polanski al hilo de su última película, El escritor.
(Confieso que me he limitado a ojear el artículo: voy a ver la película en el cine estos días y quiero entrar en la sala sin ideas preconcebidas).
El escritor.
Alemania, Francia, Reino Unido, USA, 2010. Thriller. 128 min. Dirección: Roman Polanski. Guión: Larry Cohen, Joseph Tura. Intérpretes: Ewan McGregor, Kim Cattrall, Olivia Williams, Pierce Brosnan. Guión: Roman Polanski, Robert Harris. Montaje: Hervé de Luze. Fotografía: Pawel Edelman. Música: Alexandre Desplat. Cines: Ábaco, Al-Ándalus Bormujos, Arcos, Avenida, Cervantes, Cineápolis, Cineápolis Montequinto, Cinesur Nervión Plaza 3D, CineZona, Los Alcores, Metromar.





Polanski se crece en los géneros. Nacido al cine en la década de oro de los autores como uno de sus nombres mayores, alcanza sin embargo la maestría cuando las convenciones de un género lo distancian de sí mismo. Es como si esa distancia impuesta permitiera que su sombra se proyectara sobre la película, literalmente ensombreciéndola a la vez que haciéndola suya, sin permitir que ciertos excesos narcisistas a los que a veces es tan dado la dañen. La convención del género actúa como una benéfica limitación que filtrara lo peor de sí mismo dejando pasar sólo lo mejor y más auténtico. Se da así la paradoja de que las películas en las que mejor ha aflorado su reconocible y atormentado mundo corrupto y claustrofóbico poblado por dobles y fantasmas son, en casi todos los casos, esas que la crítica más convencionalmente anticonvencional considera nutritivas o de encargo. Es el caso de La semilla del diablo, Chinatown, Tess, El pianista, Oliver Twist o esta El escritor, en mi opinión superiores a Cul de sac, ¿Qué?, Lunas de hiel o La muerte y la doncella. Lo que no quiere decir que no haya logrado grandes obras autoriales (El cuchillo en el agua, Repulsión, El quimérico inquilino) o realizado películas de género mediocres (Piratas, Frenético, La novena puerta).



Pese a lo extremo de su vida -desde su infancia en el gueto de Varsovia y la deportación de su madre de Auschwitz a su actual reclusión domiciliaria acusado de abuso de una menor, pasando por el asesinato ritual de su esposa Sharon Tate cuando estaba embarazada de ocho meses-, o precisamente por ello, parecen convenirle los límites, las reglas, el juego con las convenciones. Para respetarlos, transgredirlos o -lo más frecuente- para desbordarlos recreándolos. El humor negro alcanzó una de sus cimas en El baile de los vampiros, el cine de terror no fue el mismo tras La semilla del diablo, el cine negro fue refundado en la era neoclásica por El Padrino en 1972, ciertamente, pero también por Chinatown dos años después, ambas producidas por el gran Robert Evans. Quién sabe si lo mismo se podrá decir del cine de suspense tras El escritor.



La trama es convenientemente ingeniosa, retorcida, pródiga en giros y sorpresas: de una parte un ex primer ministro británico refugiado en los Estados Unidos para evitar su comparencia ante el Tribunal de La Haya acusado de crímenes de guerra relacionados con Iraq; y de otra un escritor de segunda fila al que encargan que reescriba sus memorias sin firmarlas (de ahí el título original El escritor fantasma, forma inglesa de llamar lo que aquí se conoce como negro) para limpiar su imagen, que se toma demasiado en serio su trabajo abriendo puertas que debían permanecer cerradas. El escenario de la cinta es convenientemente claustrofóbico y desasosegador: una lujosa (pero humanamente inhabitable) casa en un espléndido (pero gris y frío hasta lo amenazador) paisaje en la que los personajes se desgarran los unos a los otros y todos a sí mismos; hermosas ciudades fascinantemente filmadas, pero también súbitamente transfiguradas en irreconocibles ámbitos de pesadilla.



Pero por encima de esta trama y estos escenarios convenientes está el cine puro que Polanski evoca en cada plano con la serena contundencia de quien conoce todos los secretos del oficio sin por ello haber perdido inspiración y capacidad de sorprender creativamente. Son planos que dicen más cosas de las escritas en el guión y sugieren aún muchas más. Y cuando esto sucede el cine despega para alcanzar, no sé si el arte, pero sí desde luego su pureza narrativa. La dirección de actores es tan ajustada y está tan minuciosamente trabajada que hasta Pierce Brosnan resulta oscuro y convincente. Pero la estrella de la película, sin lugar a dudas, es la cámara más segura y sabia a través de la que hayamos mirado en mucho tiempo.

Carlos Colón

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