lunes, 12 de diciembre de 2011

NarrativaBreve.com entrevista a Emilio Gavilanes



El reino de la nada, de Emilio Gavilanes (Menoscuarto, 2011). Fuente de la imagen 

"La primera vez que leí un haiku, hace más de treinta años, me pareció que era un género pensado para mí. Por una parte creo que el haiku no es poesía. Es otra cosa. Muchos de quienes leen un haiku por primera vez, cuando lo acaban piensan que está a punto de empezar el poema, que estamos en los alrededores, en los aledaños. El haiku está cerca muy cerca de la narración. Un haiku es una novela microscópica. Pero por otra parte, me parece que el haiku es la esencia de la poesía. Que es la poesía más auténtica".
E.G.


Emilio Gavilanes es autor de los libros de relatos La tabla del dos (Premio NH 2004 al mejor libro de relatos inédito) y El río (2005; finalista ese año del premio Setenil), y de las novelas La primera aventura (1991), El bosque perdido (2001) y Una gota de ámbar (2007). Cultiva la escritura de haikus, como ha dejado constancia en Salta del agua un pez (2011), y ha preparado además la edición de la obra de Camilo Bargiela Luciérnagas (2009).
Charlamos con él con motivo de la publicación de su último libro de relatos, El reino de la nada (2011), recientemente publicado en la editorial Menoscuarto.


Francisco Rodríguez Criado: El reino de la nada acoge varios relatos ambientados en “manicomios”, que son citados tal cual, sin eufemismos. ¿Cómo surgió la idea de convertir la locura y su circunstancia en material narrativo?
Emilio Gavilanes: Bueno, realmente solo uno de los relatos gira en torno a un “manicomio” (hay otro en el que un personaje es internado en un psiquiátrico durante un tiempo, pero es un detalle menor, sin apenas importancia). Quería hacer dos cosas en ese cuento que da título al libro. Por una parte, quería saber cómo se desenvolvería un grupo tan vulnerable como una comunidad de enfermos sin ayuda, especialmente en el marco hostil de una guerra. Y la única manera de conocer los detalles era escribirlos. Por otra parte quería ejemplificar –y no es la primera vez que lo hago en algún cuento- cómo en medio del caos y de las fuerzas más adversas, destructoras, no solo es posible, sino que es inevitable oponer un anhelo de orden, de conciencia, de vida, aunque esté condenado al fracaso. Cómo, aunque al final se imponga la nada, estamos condenados a luchar con ella, heroica e inútilmente. Eso era lo realmente importante para mí.


F.R.C.: Hace unos días, durante la presentación de El reino de la nada en la librería madrileña Tres Rosas Amarillas, el escritor y académico José María Merino, que oficiaba como presentador, alabó la calidad de tu libro y expresó su satisfacción por que fueran tantos los buenos libros de relatos publicados en España en los últimos tiempos. ¿Crees que ese –por así llamarlo– “renacimiento” del cuento literario español ha encontrado un merecido respaldo por parte de los lectores, o por el contrario opinas que sigue dormitando a la sombra de la novela?
E.G.: Es verdad que ahora mismo hay una mayor atención hacia el relato por parte de algunas editoriales (Menoscuarto tiene una colección con más de cincuenta libros de relatos) y que eso debe de tener un respaldo por parte de los lectores, pues de lo contrario esas colecciones no sobrevivirían. Pero mi percepción es que el cuento, para un gran número de lectores, sigue siendo el hermano pequeño de la novela, un género al que se tiene en una consideración menor. A mí me parece evidente que hay cuentos que valen más que muchas novelas. Hacer crecer el prestigio del relato es una tarea en la que deben participar los editores, los libreros, los críticos y los escritores.


F.R.C.: Para la edición de El reino de la nada has rescatado algunos relatos que escribiste hace años. Este tipo de ejercicios de relectura constituyen, supongo, no solo una revisión de unos textos en concreto sino que sirve además para calibrar el recorrido literario de su autor. ¿Qué similitudes y deferencias hay entre el escritor que alumbró esos cuentos años atrás y el escritor que eres ahora?
E.G.: Son exactamente el mismo. Ten en cuenta que no ha pasado tanto tiempo. Seis o siete años. La única diferencia que encuentro es que aquel escritor metió en el libro unos cuentos que este escritor ha sacado. Pero eso son detalles menores. En general, creo que ahora sigo escribiendo los mismos cuentos que entonces.


F.R.C.: ¿Cuál es tu proceso de escritura? ¿Sueles reescribir mucho tus narraciones hasta conseguir la versión definitiva?
E.G.: Depende del texto. Hay algunos que salen de un tirón y necesitan pocas correcciones. Pero esos son los menos. Lo normal es que haga una primera versión a mano, que la corrija, también a mano, unas semanas más tarde, y que algún tiempo después la pase a limpio y aproveche para hacer nuevas correcciones. Después, cada vez que vuelvo a leer el cuento, lo sigo corrigiendo. Y si paso veinte veces por él, lo corrijo veinte veces. Soy muy corregidor. Ya sabes lo que decía Alfonso Reyes: publicamos para dejar de corregir. Aunque resulte pretencioso que me ponga junto a Alfonso Reyes, lo suscribo.


F.R.C.: Muchos aficionados a la literatura han coqueteado en algún momento con la escritura de haikus, pero son escasísimos los escritores que se atreven a publicar un libro exclusivamente de haikus. Tú eres uno de esos escritores: hace unos meses publicaste Salta del agua un pez (La Veleta, Granada, 2011) ¿Cuándo nació tu relación con este género literario?
E.G.: Mi interés por el haiku forma parte de un interés más general por la literatura y los libros de procedencia o de temática oriental. Me encantan los poetas chinos, el Baghavad Gita, el Libro del Tao, los cuentos sufíes de Idries Shah, los koan zen, los maravillosos libros de Alan Watts, el extraordinario Zen en el arte del tiro con arco y muchos otros. La primera vez que leí un haiku, hace más de treinta años, me pareció que era un género pensado para mí. Por una parte creo que el haiku no es poesía. Es otra cosa. Muchos de quienes leen un haiku por primera vez, cuando lo acaban piensan que está a punto de empezar el poema, que estamos en los alrededores, en los aledaños. El haiku está cerca muy cerca de la narración. Un haiku es una novela microscópica. Pero por otra parte, me parece que el haiku es la esencia de la poesía. Que es la poesía más auténtica. La poesía más sutil, en la que desaparece el yo del poeta y solo queda su dedo, que señala, y que nos hace mirar a las cosas como si no estuviéramos.


F.R.C.: Y, para terminar, ¿podrías recomendarnos un cuento para la sección 1001 cuentos?
E.G.: Qué difícil, escoger tan solo un cuento. Temo que se me enfaden Hemingway, Salinger, Truman Capote, Carson McCullers, Cheever, Erskine Caldwell, Saroyan, Scott Fitzgerald, Faulkner, Flannery O’Connor, Katherine Anne Porter, Eudora Welty, Edith Wharton, Poe, Hawthorne, O’Henry, Bret Harte, Stephen Crane, Ambrose Bierce, Carver, Richard Ford, Tobias Wolff, Isak Dinesen, Alice Munro, Kipling, A. A. Milne, Robert Graves, Saki, Roald Dahl, Wells, Chesterton, Lord Dunsany, Somerset Maugham, Graham Greene, Conan Doyle, Chejov, Isak Babel, Bulgakov, Korolenko, Nabokov, Afanasiev, los Grimm, Andersen, Perrault, Hoffmann, Traven, Kleist, Hauff, Stephan Zweig, Kafka, Isaac Bashevis Singer, Eliade, Maupassant, Kawabata, Borges, Rulfo, Cortázar, García Márquez, Julio Ramón Ribeyro, Horacio Quiroga, Bioy Casares, Wilcock, Marco Denevi, Abelardo Castillo, Carpentier, Miguel Torga, Dino Buzzati, Pardo Bazán, Fernández Flórez, Aldecoa, García Pavón, Juan Eduardo Zúñiga, Jiménez Lozano, Cunqueiro, Benet, García Hortelano, José María Merino… Incluso novelistas que han escrito cuentos espléndidos: Tolstoi, Dickens, Conrad, Baroja, Delibes, Luis Mateo Díez… (No todos los olvidos que sin duda tiene esta lista son involuntarios.) Pero en fin. Si solo puedo escoger un cuento, voy a escoger uno de Jack London. Yo empecé a escribir cuentos leyendo los de Jack London. Los leía y pensaba: yo quiero hacer algo así algún día. Podría escoger muchos cuentos de Jack London, pero el que quiero señalar ahora es El idólatra, o El pagano, según la traducción. Trata de un occidental que salva la vida a un indígena de los Mares del Sur, que a partir de ese momento se siente en deuda con él y le sigue y le sirve como un esclavo. Renuncia a su individualidad hasta el punto de cambiar su nombre por el de quien le salvó la vida. Es un cuento que acaba con uno de los gritos más conmovedores y desgarradores de la historia de la literatura.



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